18 enero 2005

El odio agazapado

Se acabó el amor y decidieron separarse. Tenían tres hijas y pensando en ellas quisieron que todo fuera muy civilizado, conservar una buena relación, compartir responsabilidades, ayudarse a pasar el trago del divorcio. Él se quedó a vivir en el pueblo costero donde siempre había vivido. Ella se fue a la ciudad donde tenía a sus padres y un trabajo esperando. Todo muy pacífico, todo muy asumido. Pasaron dos o tres años.
Ella le llamó un domingo a primera hora:
-Oye, quiero volver a casarme ¿que te parece?
- Me alegro por tí. Que les parece a las niñas?
-Las nenas encantadas. Se llevan muy bien; él les ayuda con los deberes, las está enseñando a patinar, les ha comprado un perro. Ya sabes cuánto lo deseban...
-Que bien! Oye, que me alegro de verdad. Os deseo lo mejor. Diles a las chicas que las llamaré un día de estos.
-Mira, quería pedirte un favor. ¿Recuerdas donde está guardado mi traje de novia? En el armario del dormitorio, arriba del todo en una caja blanca, grande..
-Sí, sí, ya sé.
-Si no te causa mucha molestia, me gustaría que me lo mandaras y me ahorras el viaje. No quisiera gastar mucho y podría hacerle unos arreglos y volver a usarlo para la boda. Es un vestido tan bonito..!
-Nada, mujer. No te preocupes. Mañana mismo te lo envío.
-Gracias, muchas gracias. Te llamaré para decirte la fecha que hayamos decidido. ¿Querrás venir? Las nenas se alegrarían.
-Bueno, lo pensaré y te diré algo.
-Venga, nos vemos. Adiós Jaime.
-Adiós, adiós Carmen. Besos a las niñas.
Colgó y fue al dormitorio donde estaba el armario. Abrió las puertas y miró la caja que tantas veces había visto sin verla realmente. Estaba atada con una cinta de raso. La bajó del estante y la puso sobre la cama. Deshizo los nudos que sujetaban la tapa, retiró el papel de seda y miró atentamente. Primero el velo; largo, liviano como una pluma. Luego el vestido. Lo tomó por los bordes del escote y lo extendió sobre la cama. Apenas recordaba lo bonito que era. El corpiño bordado hasta más abajo de la cintura, la amplísima falda con multitud de capas de gasa. Recordó que cuando Carmen entró en la iglesia para casarse con él, parecía andar entre nubes de espuma. Lo apretó un momento contra su cuerpo y lo soltó con una naúsea. Fue al baño y vomitó. Se lavó la cara, salió y fue a la sala, a las habitaciones de las niñas, a la terraza. Aquí y allá cosas de las ausentes que no cabían en el piso de la ciudad. Todo estaba tan vacío...
De un cajón de la cocina sacó las tijeras. Volvió al dormitorio, se sentó en el borde de la cama, cogió el vestido y empezó a cortarlo. Tardaría todo el día en acabar el trabajo, pero había tiempo hasta mañana.
-Sí, Carmen. Mañana mismo te envío el vestido. Sí. Bien empaquetado y con mis mejores deseos para tu nueva vida.

7 comentarios:

Trenzas dijo...

¿Sabéis lo más triste? Que es cierto.

Patsy dijo...

Si es muy triste, pero donde hubo fuego...cenizas quedan. Entonces no debería Carmen atraverse a tanto. Era su recuerdo...

Saludos. Cuidate mucho.

:-)

Patsy dijo...

Te dejé comment de este post en el anterior
(No sé que pasó)

Saludos...

Gaddira dijo...

hay gente que no sabe asumir el fin de una relacion, que te miran con pose superada... y en el fondo arden en desesperación. A veces es necesario decir las cosas en voz alta, y no dejar que nos contaminen por dentro, Un besito

Anónimo dijo...

Digamos que la llamada de la ex para pedirle el envio del traje puso el dedo en la llaga que necesitaba curar y haciendo trocitos el traje de novia se desembarazaba de un trozo del pasado que aun pesaba sobre su vida. Así que ¡hizo bien Jaime!
Para desearle el bien con sinceridad tenía que hacer trozos los viejos afectos que aun guardaba
Es una historia interesante esta tiene más jugo de lo que parece.
Jilatanaku

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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