30 diciembre 2008

Últimos momentos del año

Aunque parecía imposible el 1 de Enero, ya estamos otra vez cerrando el año. Ha pasado volando en su mayor parte, aunque tengo que reconocer que algunos días, o semanas, me han parecido interminables. Es que soy impaciente. El 15 de diciembre ya estoy deseando que los días se evaporen, que se disuelvan, que se alejen de mi vida. Y es una solemne tontería, porque la realidad es que el día 1, sólo es una continuación del anterior. Nada ha cambiado de modo tangible, pero yo me siento mejor. Como si realmente hubiera dejado atrás algo que me pesaba mucho. Tengo la misma sensación que cuando estoy a punto de acabar un libro; aunque me esté cayendo de sueño, quiero correr hasta la última página y saber cómo se acaba; quiero leer la palabra Fin, lo antes posible.

Ágata siempre me critica este comportamiento y me insiste en que debo dejar que las cosas se tomen su tiempo; que no hay que correr adelantando días, porque ellos te alcanzan de todos modos. Tiene razón, pero no puedo evitarlo.

¡Qué tengáis un bonito Fin de Año...!



23 diciembre 2008

¡Felices Fiestas....!

Os deseo la mejor Navidad posible y aunque este año las palabras de mi postal no son mías, reflejan exactamente lo que me gustaría que la vida os ofreciera a cada paso de vuestra vida.
¡Muchas gracias por vuestras palabras, por vuestra compañía y por ser como sois, todos y cada uno!


Aquí la tenéis, con mi cariño.
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17 diciembre 2008

Senderos del canto

Esta mañana leía unas reflexiones de Ezra Pound, acerca de como los trovadores medievales habían sabido aunar la música y la palabra sin recurrir a demasiadas exquisiteces en cuanto al lenguaje; sin complicarse la vida buscando ajustarse a lo ortodoxo y, según Pound, eso les hacía ser "poetas sinceros, músicos sinceros" Es algo más complicado, pero es eso, en esencia.
Y me he acordado, por esas cosas de mi errática mente, de que los aborígenes australianos tienen su propia expresión para esa forma de poesía cantada. Los senderos del canto, les llaman ellos.
Cuando ocurre algún acontecimiento importante en su vida, nacimientos, muertes, o cualquier otra cosa de relieve, crean un canto para esa ocasión. Con su letra y su música. Esa canción única, les une para siempre con ese acontecimiento y con la persona para quien se compuso ese canto, de tal manera que el entonarlo significa traerlo de regreso a la vida, si es que ha muerto, o volver a verlo tal y como era en el momento en que el canto nació de un sentimiento. El canto es el camino que transitamos para reencontrarnos con el pasado.
Es una idea preciosa. Presupone que nos merecemos una canción que nos diferencia de todos los demás y que, cada vez que se cante, estaremos seguros de volver al recuerdo y al abrigo de los nuestros.
También dicen los aborígenes que donde de verdad estamos vivos es en el cielo y que la vida que vivimos en la tierra, es lo que soñamos. Australia aún no figuraba en los mapas, pero Calderón ya sabía eso, y lo dejó dicho:
"...que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son"

Que los vuestros sean bonitos. Hasta mañana.
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14 diciembre 2008

Ramon Barce

Esta mañana ha muerto Ramón Barce.
Por encima de una pérdida tan grande para la música, está la inmensa pena que sentimos toda la familia. Ramón era mi primo y no puedo sino dejar aquí mi sentimiento profundo y mi recuerdo emocionado para un hombre que era todo bondad y sencillez.
Hasta siempre, Ramón.

12 diciembre 2008

1.099,95

A ver: ¿A vosotros no os suena a tomadura de pelo ese precio? Porque aunque miremos con lupa los precios de todo, esos cinco céntimos, dada la cantidad de que partimos, no van a inclinar la balanza de la compra frente a otro producto similar que valga 1.100. En concreto, esto era un televisor de tropecientas pulgadas, pero los ejemplos están por todas partes y a todas las escalas.
Si habláramos de una barra de pan que en vez de 90 céntimos costara 85, sí que tiene lógica, pero tratándose de cientos o miles de euros, no se me alcanza que sentido tiene, ni se me ocurre que alguien dejara de comprar lo que tenía pensado para ahorrarse 8 de las antiguas pesetas. Siempre hablando de cosas que no son de primera necesidad y que ostentan precios altos.
Estos días en los juguetes y libros para los niños, todos los precios tenían la coletilla de los 95 céntimos; daba igual la cantidad de que partieras. Ya no hacía falta más que mirar esos 23, 55, 12, o 70 y añadirle los 95. Hasta tal punto que, en algún momento, llegué a pensar que la máquina que marcaba los precios se había atorado en esa cantidad de céntimos y por eso todos acababan igual.
Y todo se agrava cuando dos productos son parecidos en forma y finalidad. El número entero debe ser algo así como una barrera psicológica que impide a las personas comprar tal o cual producto que desea y conoce, si al lado hay otro que no conoce ni sabe que desea hasta que no ha visto que cuesta cinco céntimos menos. Y eso es lo que me trae a mal traer, porque tengo la sensación de ser estafada de alguna manera; de que me toman el pelo; de que me inducen a decantarme por lo que no conozco, y que eso, seguramente, va a dejar unos beneficios mucho mayores al establecimiento de que se trate mientras yo solo obtengo, en el mejor de los casos, 5 céntimos de ahorro.
No sé si me he explicado, pero es que ésto me estaba reconcomiendo :)
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05 diciembre 2008

La falta de costumbre

La Cabra y yo llevamos un par de días que no paramos en casa. A mí no me apetecía nada salir con este frío, pero ella se ha empeñado en que era ahora o nunca, y me ha arrastrado de tienda en tienda en busca de las cosas que había que comprar para cumplir con las tradiciones.
Empezamos por el regalo de mi madre que celebra su santo por estas fechas. Había que comprarle lo que sabíamos que quería; un jersecito, así que nada, a por él.
Cerca de casa han abierto una tienda de moda y allá que nos fuimos.
Trenzas - Hola, buenos días.
Dependienta - Muy buenas señora ¿en qué puedo servirla?
T - Bueno, mire, es que tengo que comprar un jersey para mi madre y en el escaparate he visto uno muy mono. Es ese de color malva; si pudiera decirme...
D- Ahora mismo se lo enseño.
Y se pone a desnudar el maniquí a toda velocidad.
T - Espere, señorita, espere. Quizás no haría falta desmontar el escaparate si me dijera antes la talla. Necesito una 46.
D- Nada, nada, no se preocupe. A veces parecen pequeños y luego no lo son. Es que de este modelo es el único que tengo y por nada del mundo quisiera privarla de la oportunidad de verlo de cerca.
¡Zas...! La Cabra que se desmaya ante tanta amabilidad y yo que tengo sujetarme en la pared por la misma causa.
D - (Extendiendo el jersey en el mostrador) ¿Qué le parece, señora? Porque si usted cree que le puede ir bien a su señora madre, se lo lleva usted, sin ningún compromiso. Si por cualquier causa no le viniera del todo bien, se lo cambiaremos o le pediremos otro de la talla que prefiera, sin ningún cargo adicional.
¡Zas...! La Cabra otra vez. Le doy un empujón con el pie para que deje de hacer el tonto, pero no se levanta. Se ha desmayado de verdad.
T - Pues me parece algo pequeño, y...
La dependienta me coge suavemente por los hombros y me encamina hacia el otro lado de la tienda donde hay tres o cuatro barras llenas a rebosar de jerseis.
D - Miremos a ver si encontramos algo que le guste y que sea de la talla adecuada. Estaré encantada de ayudarla para que usted y su señora madre queden satisfechas.
Lo cierto es que sí, que encontramos un jersey de la talla, modelo y color que le gustaba a mi madre y cuando ya estaba pagado y envuelto, la dependienta sale de detrás del mostrador, me acompaña hasta la puerta, la abre y me dice:
D - Espero haberla atendido bien y que se vaya usted contenta. Es que como acabamos de abrir la tienda, no tengo mucha práctica. Le ruego que si la he molestado en algo, sea tan amable de decírmelo y así podré disculparme y aprender.
¡Zas...! De este desmayo la Cabra tardó en recuperarse más que de los anteriores.
¿Pensáis que exagero? Pues no, al contrario. La conversación fue mucho más larga mientras miraba y la joven volvió la tienda del revés a fuerza de enseñar y enseñar, hasta las cosas que yo no había solicitado. Me llevó la bolsa con el jersey hasta la puerta y me dijo que había sido una cliente encantadora. Ahí fue donde ya tuve que coger a la Cabra en brazos, porque le temblaban tanto las patas que no podía dar un paso.
La emoción y la falta de costumbre, digo yo que sería.
¿A que es una pena que la amabilidad nos cause tanta sorpresa?
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