28 octubre 2007

El té de las cinco

El sol sale hasta en los días más nublados. Y la vida es una tómbola, tómbola. Y nada es verdad ni es mentira..., etcétera. Y si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices. O muchacha.
Esas pocas frases, que ya sé que no son muy originales, representan grosso modo las conclusiones a que hemos llegado la Cabra y yo, después del té de las cinco; con pastas para mí y hojas de ficus para ella. Hacía tiempo que no teníamos una charla en condiciones y nos ha venido bien. Estábamos perdiendo el equilibrio y si eso es malo para mí, para ella es fatal. ¿Qué es una cabra sin equilibrio? Nada. Muy crudo para encontrar trabajo, caso que decidiera dejar de asesorarme y darse un garbeo por el mundo con un gitanillo y una escalera. Que no creo, la verdad. Lo suyo es meditar y dejar calvo al ficus que, por suerte, todavía no habla.
Hemos acabado la tarde sentadas en el sofá limándonos las uñas y algunas asperezas de otra índole, sin enfadarnos por las verdades que nos hemos dicho. Ella, que no sabe a qué carta quedarse conmigo; yo, que ya lo sé, que me disculpe, por favor. Ella, que vale, que me perdona y me da un lametón en la hoja de ficus que he cogido sin querer; yo, que le dejo comerse la hoja en cuestión y le recuerdo que sólo tengo tres ficus y un retoño muy majo, que se modere un poco. Ella, que se pone a hacer pucheros y que soy una egoista; yo, que voy a por una caja de kleenex y le digo "ya, ya, tranquila, no pasa nada..." Total, que hemos acabado los pañuelos a base de lágrimas, protestas de cariño y propósitos de enmienda. Yo quería comerme un kleenex, más que nada por solidaridad, pero me ha dicho que ya empezaba otra vez a pisarle el terreno y he desistido.
Ahora nos encontramos mucho mejor. No hay nada como aclarar las cosas pendientes, ordenar los armarios mentales y tomar algunas decisiones.
Queda una cuestión por aclarar en la que no he querido insistir; cuando le he preguntado si creía que yo estaba bien de la cabeza, ha respondido: "Ni sí, ni no, sino todo lo contrario".
Y ahora no sé si voy a poder dormir. Estoy muy confusa.

22 octubre 2007

Pensamientos en flor

El viernes pasado estuve un buen rato de la mañana en un vivero. Mi hermano quería ver unos arbolitos y pasó a recogerme. Sabe que me encanta ir a lugares donde el horizonte no contenga, de modo exclusivo, bloques y más bloques de pisos. Vimos muchísimas flores, cosa nada extraordinaria en un vivero y me traje media docena de macetas de pensamientos. Una de ellas, exactamente igual a esta foto.
Los pensamientos son frágiles; tallos delgados, hojas delicadas y pétalos casi transparentes. Cuando están más bonitos es al amanecer. Se elevan, por decirlo de alguna manera. Y luego, despacio, van inclinando las corolas hacia el suelo. Como si fueran vergonzosos y se escondieran del pleno día. No sé si lo saben, pero a la mañana siguiente ya no lograrán abrirse del todo y morirán. Entonces se cortan las flores marchitas, siempre con las manos (las tijeras traumatizan mucho a las plantas no arbustivas) y se deja espacio a la nueva floración.
No sé muy bien por qué os cuento ésto. Me he despertado pronto, con la cabeza llena de pensamientos que no eran, precisamente, de la familia de los vegetales, ni tampoco tan bonitos. Pensamientos de esos que pesan tanto que, ni siquiera al amanecer, levantan la cabeza del suelo.
Y de pensamiento a pensamiento, en esa forma caótica en que trabaja mi cerebro, me he encontrado, de pronto, poniendo en paralelo unos y otros. Filosofía barata, se llama esta figura.
O reduccionismo; o simplificación; o tontería. O necesidad de comprender, de justificar, de encontrar razones donde no hay nada más que simple cumplimiento de las leyes naturales.
Lo cierto es que soy dueña de mis pensamientos vegetales; he pagado por ellos y puedo decidir que flor corto, y como, y cuando. Pero sobre los otros, los que nacen en mí y de mí, no tengo ningún poder. Y no me parece justo.

16 octubre 2007

Hasta luego, Gato Mayor

En el tiempo en que Gato Mayor vino a vivir a casa yo tenía un par de preciosos galgos Whippet y todos los días salíamos a pasear dos o tres veces, según el tiempo libre de que dispusiera. Pasábamos por una placita de esas que hay en toda ciudad, medio abandonadas; ésta, en concreto, era solo un terraplén descuidado, con unos cuantos árboles, mucha maleza y media docena de buenas salidas a otros espacios igualmente descuidados. Un lugar ideal para que proliferaran las ratas y los gatos callejeros. También un lugar perfecto para que todo aquel que deseara abandonar un gato, lo hiciera impunemente. Además, muchas personas, amantes de los gatos, llevaban comida y agua a diario, así que si eras un felino decidido podías vivir más o menos bien; hasta que te atropellara un coche o algún gamberro decidiera que ya habías vivido bastante y pusiera veneno en el agua o la comida.
Gato Mayor, debió llegar a la placita a la fuerza. Él no había nacido en la calle pero alguien se cansó de tenerlo en casa. La primera vez que nos vimos fue cuando salió de entre unas matas y se lanzó a jugar con mis perros, como si los conociera de toda la vida. Mis galgos, que eran unos auténticos santos, soportaron estoicamente los saltos del gato ante sus narices, los zarpazos, sin uñas, a sus cuartos traseros y las carreras entre sus patas. Si ves algo así en un gato callejero, ya sabes que no es tal. Que se ha criado en familia y con otros animales y que si ahora no tiene un techo sobre su cabeza es por mala voluntad de algún "humano".
Yo no quería gatos en el piso. Temía que los galgos se cansaran de aguantarlo y acabáramos mal. Pero Gato Mayor era un pesado. Cada vez que salíamos estaba esperando a la puerta de casa. Nos acompañaba todo el paseo y al regreso lo dejábamos otra vez en la puerta de la calle maullando bajito, como si llorara.
De mis dos galgos, Erick, el más cariñoso, ya esperaba encontrarle para jugar cuando salíamos y Argos lo toleraba sin problemas, así que un día ya no pude aguantar más sus lastimeros maullidos y hablé seriamente con Gato Mayor: "Escucha-le dije - si cuando lleguemos al portal, entras detrás de nosotros, te metes en el ascensor y luego en casa sin armar jaleo, te dejaré quedarte". Me entendió, sin duda, porque hizo exactamente eso. Y cuando entró en casa, se fue derecho donde estaba el agua y la comida de los perros y bebió y comió como si toda su vida hubiera vivido aquí. Y se ha quedado conmigo mucho más tiempo que mis galgos, que me dejaron hace unos cuantos años, con pocos meses de diferencia.
Ahora él también se ha ido. Ya estará jugando con Erick y Argos, dondequiera que jueguen los animales que han sido amigos y se encuentran de nuevo.
Gato Mayor no era de los que se dejan coger, ni cepillar, ni cortar las uñas; no permitía que nadie le acariciara si no le apetecían caricias y se puso muy celoso cuando me traje a Gato Menor de la misma placita que me lo traje a él, pero cuando yo iba al piso contiguo, donde vivían mis padres, saltaba por los balcones para llegar a mi lado, esperaba mi regreso sin moverse del recibidor durante horas y me recriminó largamente aquella vez que me operaron y tuve que estar quince días fuera de casa. Creo que tenía miedo de que yo también le abandonara. Y ha sido al revés, aunque no puedo reprocharle que lo haya hecho. Sé que él no quería, pero había llegado el momento y nada pudimos hacer para evitarlo.
Ahora Gato Menor le busca por la casa en vano y yo sigo diciendo "Adiós, gatos; hola, gatos", en plural, cuando salgo o cuando vuelvo.

08 octubre 2007

Historia para no dormir

Quince días me ha tenido Telefónica sin conexión. Y no solo sin conexión a la red y sin TV por cable, sino sin poder llamar por el teléfono fijo. He pasado horas colgada del móvil reclamando la reparación; he llamado a todos los teléfonos de atención al cliente, 1002, 1004, 902357000, y hasta he cursado faxes y burofaxes a las oficinas centrales en Madrid, sin lograr que nadie me diera, no ya una explicación, sino una razón para que no se solucionara la avería. No lo he conseguido. Ya me temía que Telefónica hubiera quebrado económicamente y todos sus empleados técnicos estuvieran despedidos, pero no. Esta mañana, por fin, he conseguido hablar con una persona que ha tenido a bien enviarme un técnico que ha tardado menos de quince minutos (15) en solucionar la avería. A minuto por día de impotencia y conversaciones con el "ente" telefónico. Naturalmente, ya tengo cita con la oficina de Atención al Consumidor (para el día 24, nada menos: celeridad total también.., ¡país...!) porque, independientemente de reclamar la parte proporcional de la factura no consumida, quiero una explicación del retraso en la reparación. Y como puedo demostrar de modo fehaciente que es cierto lo que reclamo, espero obtenerla.
Bueno, la verdad es que no lo espero demasiado :) Pero voy a intentarlo porque estoy más que harta de ineptitud y prepotencia. Y si nunca lo consigo, al menos me habré explayado a gusto.
Bueno, ya.
Después de agradecer todos vuestros comentarios y deseos de mejoría de mi bracito, deciros que va mejor, que estoy yendo a rehabilitación y espero volver al trabajo pronto porque la impaciencia me está matando y estoy cansada de tanta inactividad física. Lo he compensado, eso sí, leyendo mucho y ordenando mis discos duros externos. No, el cerebro no cuenta como disco duro externo; sigue lo mismo.
Sirva este post sólo como señal de vida y explicación de mi forzada ausencia, porque ahora lo que me apetece de veras es contestar los correos pendientes e ir a visitaros a vuestros blogs.
Estoy deseando leer y comentar lo que me he perdido en estos quince días de desconexión.
Un abrazo cariñoso a todos, queridos amigos.