27 junio 2007

Si vis pacem para bellum

"Si quieres la paz prepárate para la guerra". Famosa frase del filósofo Vegecio que vivió en el siglo V de nuestra era y que, a lo que parece, va a seguir siendo famosa por mucho tiempo. Con el triste telón de fondo de nuestros soldados muertos en Líbano, y con el recuerdo de todos los que han dejado su vida en misiones de paz, lo único que se me ocurre son frases guerreras.
Porque también me he acordado, luego de oír a algunos políticos, de aquí y de allí, de uno y de otro lado, de éste y de otros paises, de que se les puede aplicar aquella otra que dice: "Gastar la pólvora en salvas". En salvas de discursos y alegatos de cómo y cuánto se debe preservar la paz, mientras se siguen gastando miles de millones en armamento.
Pólvora en salvas; palabras que no sirven cuando llega el momento de la verdad. Cómo éstas que escribo y que todos habremos pensado alguna vez. Pensadas con todo el derecho aunque no podamos, ni sepamos, hacer nada más que patalear de rabia.
Cómo las personas de a pie no alcanzamos a comprender los entresijos de la política internacional, ni las grandes causas que mueven a los mandatarios mundiales, nos disgustamos con estas cosas y se nos caen las lágrimas de pena y de angustia. Ellos, los que mandan, no pueden permitirse esos lujos. Tienen que seguir pensando en la paz mundial y fabricando armamento para preservarla, porque las armas dan mucha tranquilidad; mantienen a todo el mundo en su lugar. Los soldados y la población civil, cayendo bajo las balas o bajo el martirio del hambre, y a ellos, en sus despachos estampando firmas en los tratados que, en cualquier momento de los próximos siglos, si aún existimos como especie, nos acercarán un paso más a la paz.
Después de 1.500 años de las palabras de Vegecio, hay motivos para pensar que en los preparativos para la paz vamos a consumir el planeta; guerra tras guerra.
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19 junio 2007

En vivo y en directo

Ya son tres los bloggers amigos que me han convocado a éste último (o penúltimo) meme que circula y en el que tienes que contar ocho cosas que definan un poco tu personalidad.
Creo que a lo largo y ancho de lo que escribimos y comentamos queda bastante clara nuestra forma de ser; qué nos preocupa, de qué nos reimos y cuales son nuestras preferencias vitales.
No obstante y para corresponder un poco a las confidencias que han dejado mis amigos en sus respectivos blogs, os contaré unas cuantas cosillas de las que nunca hablo aquí. O creo que no hablo, pero igual sí, y ni me he dado cuenta.
Veamos.
--No me gusta para nada hablar de moda. Para mí es un misterio lo que se llevó la temporada pasada o se llevará la próxima. Cuando tengo que comprarme ropa o zapatos, lo hago siempre obedeciendo a criterios de comodidad y funcionalidad y, si encuentro algo que cumpla esos requisitos, puedo comprar dos o tres pares de lo que sea (pantalones, zapatos, blusas...) exactamente iguales. Es un martirio tener que comprar algo especial para una boda o acontecimiento similar. Lo normal es que esa ropa especial acabe su vida olvidada en el armario, sin que me la ponga nunca más.
--No acostumbro a preguntar a las personas que conozco nada sobre su vida anterior al momento en que las conocí. Tampoco me gusta que me pregunten. Tiendo a suponer que, cuando nuestra mutua confianza se consolide, será el momento, no de preguntar, sino de contar libremente aquello que cada uno desee que el otro sepa.
--Soy una auténtica pelmaza en todo aquello que se refiere a mi trabajo. Repito una y otra vez las mismas cosas, todos los días y a todas horas. Siempre me asusta que algo se me escape, que no vea algún síntoma, que no me explique bien, o que no me entiendan.
--Odio el ruido de fondo con toda mi alma. Necesito silencio para leer, para escribir, para vivir.
--Me es imposible de todo punto ver la tele o escuchar música y no tener un trabajo entre manos. Suelo bordar, que es muy relajante.
--Me da mucha rabia no poder quedarme en la cama ni un minuto más que aquel en que me despierto. Al contrario que en la noche, cuando puedo pasar un buen rato leyendo antes de dormirme, por la mañana soy incapaz de quedarme acostada.
--Soy una obsesa del orden en mi casa. Aunque no siempre tengo tiempo para tenerlo todo como me gusta, cada cosa tiene su lugar establecido y ese lugar se conserva a lo largo de los años, aunque cambie los muebles o me cambie de casa. Libros, discos, películas, carpetas en el ordenador y todo aquello que lo admite, está colocado o guardado por orden alfabético de autor o título, según el caso. Quiero extender la mano y que allí mismo, en la punta de los dedos, esté lo que busco o necesito. Y para todo lo susceptible de ello, tengo una base de datos para consultar. Ya digo; una obsesa :)
--Nunca hago borradores de lo que escribo, ni aquí, ni en Trenzas y Rastas, ni en ninguno de mis otros espacios donde soy yo la que pone las palabras. O sale bien a la primera o adiós al posible escrito. Directo de la neurona a la pantalla. Sí que rectifico tildes, palabras repetidas y cosas así, pero nada más.
--No soy muy habladora, pero si el tema me gusta, puedo hablar hasta que me duela la lengua. Y si no sé nada de algo que me interese, y no sea personal, puedo preguntar hasta agotar la paciencia de cualquiera. En mi descargo decir que también sé escuchar muy atentamente y con toda la paciencia que se requiera.
--Lo peor que puedes hacerme es invitarme a salir cuando tengo un rato libre. No lo hagas, porque te diré que no. Mi casa es todo lo que necesito y el mejor lugar del mundo para mí. En todo momento. Y en su defecto, algún sitio perdido en cualquier montaña o campo lo más solitario posible.
Bueno, bueno..., creo que me he pasado y todo. No podréis decir los que me habéis convocado que no he cumplido.
Los demás, disculpadme por este alarde de personalismo. No lo haré más, lo prometo.
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"Corazón, corazón" Versión de Chavela Vargas


13 junio 2007

13 de Junio del 323 adC

Si no me he equivocado contando, hoy se cumplen 2.330 años de la muerte de Alejandro Magno.
No podemos llevarle flores porque no sabemos donde está enterrado. Ni falta que hace. Así está a salvo el mito de este hombre que, en 13 años, conquistó el mundo.
A estas alturas y con todo lo que ha llovido desde que Alejandro montaba a Bucéfalo por casi toda la tierra conocida, yo no quisiera enterarme de si se le caía el pelo o de si tenía episodios de gastroenteritis, por ejemplo. Y lo sabríamos si se encontrara su tumba. Sacarían sus restos y se los repartirían los laboratorios del mundo entero: carbono 14, ADN, teorías sin fin sobre la causa de su muerte..., asesinato, intoxicación etílica, fiebre amarilla...
Supongo que entendéis que no digo que la ciencia no deba avanzar ni que no se deba llegar al fondo de cualquier cuestión que planteen los nuevos descubrimientos arqueológicos. Y tampoco digo que veamos la Historia en plan Hollywood, donde los malos son malísimos y los buenos, unos angelitos, pero me da pena dejar los mitos en manos de los científicos, la verdad.
Cuando era pequeña leía mucha historia (y sigo haciéndolo) pero me detenía con especial atención en la griega. Les tenía un poco de miedo a los espartanos, no me gustaba nada Filipo II por más que le diera tan buena educación a Alejandro, admiraba a Pericles que hizo de Atenas una auténtica maravilla y que amó a una mujer pública sin avergonzarse por ello, me daba rabia Platón que me parecía que sólo copiaba a su maestro, y me enfadaba a cada rato con los dioses del Olimpo que eran mucho peores que los mortales que creían en ellos y les adoraban. Y era una fan incondicional de Alejandro. Lamento decir que me alegró llegar al momento en que Pausanias mataba a Filipo II y se hacía posible que mi héroe subiera al trono macedonio.
Luego vinieron otros héroes: Saladino, Ricardo Corazón de León, El Cid, Jaime I...
Pero ninguno, ninguno como Alejandro Magno. Era mi héroe más amado, y ni siquiera el hecho de haberse casado con Roxana, consiguió que lo desterrara de mi corazón.

Quede este post como testimonio de que, alguna vez, fui una romántica empedernida.

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08 junio 2007

Charlando con Teresa III

Teresa no recibe como todo el mundo. No dice buenos días, ni hola, ni nada parecido. Antes de dejarme entrar en su casa, tengo que contestar a una especie de encuesta acerca del tiempo, las noticias que ayer tarde escuchó en la tele, y si luego, cuando me vaya de su casa, tengo que ir a casa de otros enfermos o no. Así que, después de llamar al timbre, me apoyo tranquilamente en el marco de la puerta y me dispongo a mantener la diaria conversación previa a la entrada a su recibidor, donde me espera otra batería de preguntas, pero donde ya puedo descargar el peso del bolso y la carpeta de ejercicios que toca realizar. Luego, mientras me persigue por el pasillo, o yo la persigo a ella, según el día, me va contando las novedades que, básicamente, consisten en lo que vio, o creyó ver, las docenas de veces que se asomó a la ventana desde que la dejé el día anterior. Un hombre estuvo a punto de caerse al cruzar la calle, una mujer pasó cargada con muchas bolsas, una monja entró en la farmacia de enfrente, un guardia vino con la grúa a llevarse un coche...
Lo que su mente deduce de cada una de esas cosas da para escribir una novela. Casi puedes ver como le trabaja el cerebro sacando conclusiones a cual más peregrina, al mismo tiempo que gestualiza cada momento de la acción que desarrolla.
Poco a poco se va centrando en lo que hacemos y hoy tocaba tema filial: sus hijos,sus nombres, su fecha de nacimiento, cuántos viven, cuántos y cómo murieron. Y me ha contado ésto:
El primero que me nació, era precioso, pero precioso... ¡ay, que precioso era...! Todo el mundo tenía que ver con él. Tú sabes..., tenía los ojos azules, así, grandes, y antes se hacía una procesión dando vueltas alredor de la iglesia y todos los que lo vian, tenían que decirle algo. Yo le llevaba con un gorrito, así, para el sol, que no le quemara, y ese, el día de la procesión, era el primer día que le trajimos al pueblo. ¡Qué día tan bueno que pasamos...! Comimos allí y todo, que conocíamos gente mu maja y a la tarde, pero ya tarde, nos vinimos a casa. Y cenamos, y el niño también cenó, y se reía todo el rato y estaba precioso y cenó bien. Y se durmió, y mi marido y yo también nos acostamos y nos dormimos.
Un silencio y unos movimientos de cabeza, como negando, me han dado a entender, porque la conozco, que lo que seguía iba a dolerle, pero ha continuado hablando.
Al día siguiente, cuando amaneció Dios, mi marido se levantó para ir al campo, y miró la cuna. Tú ya sabes; antes las cunas las poníamos así, cerca de la cama grande, y mirábamos a los niños cuando nos levántabamos. Y mi marido vino a tocarme y me dijo: No te lo quería decir, pero el niño está muerto. ¡Mira...! ¿Pero cómo...? Sí, sí, está muerto... Y estaba, estaba.
Me mira y veo la incredulidad aún retratada en sus ojos. Me pregunta: Oye, ¿tú sabes de qué se moriría? Yo, que tengo un nudo en la garganta, apenas alcanzo a decir: No sé, Teresa. Va a mirar por la ventana un momento, mueve un poco la cabeza y vuelve a su silla.
El marido cogió la bicicleta y fue al pueblo a por el médico, pero cuando vino ya dijo que sí, que estaba muerto y que ya podíamos enterrarle. Pero, ¿cómo pudo ser eso? ¡Si era un niño precioso y había cenado bien...! Pero luego, mira, tú sabes que hay que ir a ver al cura para el entierro, pues el marido fue y el cura le dijo que no se podía enterrar en el cementerio porque no había hecho la comunión el niño. ¡Qué tío sinvergüenza, el cura...! ¿Qué te parece, eh, qué te parece?
Mal, me parece muy mal. No se podía negar a enterrarle en el cementerio. ¿No estaba bautizado?
¡Ah, claro que sí! ¡Menuda fiesta que armamos para el bautizo! ¡De todo había! Y el mala sombra del cura ese fue quien le echó las aguas. ¿Qué te parece, eh? Nos dijo que lo enterráramos en el corral. Y el marido lo enterró, con su cajita y todo, que nosotros la hicimos, pero yo no podía, no podía... ¡ay, Dios!, yo no podía ni pasar por la puerta del corral. ¡Es que no podía..!
Se le ahoga la voz en un llanto profundo que ya no tiene lágrimas y yo tengo que levantarme y hacer como ella; ir a mirar por la ventana un momento; a respirar.
Y al desotro día, el marido se fue en bicicleta a la capital, al juez, y el juez le dijo que teníamos derecho a que nos enterraran al hijo en el cementerio y le dio un papel y con los civiles, los guardias, sacaron al niño que estaba en su cajita, en el corral y se lo llevamos al cura, que ya se calló y nos lo enterró como Dios manda. ¿Qué te parece lo que nos hizo el tío ese, qué te parece? ¿Eso le estaba bien a un cura, eh? ¿A que no?
No Teresa, no le estaba bien, claro que no. Mueve la cabeza y se muerde los labios. Se frota los ojos con rabia; como si les castigara por no estar inundados.
¿Y tú no has estudiado eso? Eso de que los niños se mueran así, sin estar malos ni nada. Es que no sé que le pasó. ¡Si había cenado muy bien, y era un niño precioso, precioso, con cinco meses ya...!
Estoy a punto de hablarle sobre la muerte súbita en los niños, de decirle que se dan bastantes casos y que es algo para lo que aún no se tiene una causa clara, pero al final sólo le digo:
Teresa, usted no tuvo la culpa.
Y sé que no es ningún consuelo, porque ella me mira, mueve la cabeza en un gesto de negación y vuelve a secarse a manotazos unas lágrimas que no acuden a sus ojos.

05 junio 2007

Lo que no es política

Porque el terror no es política.
Porque amenazar no es política.
Porque matar no es política.
Porque el chantaje a un estado democrático no es política.
Porque intentar que vivamos con miedo no es política.
Porque estoy harta de encapuchados defendiendo lo indefendible.
Porque estoy harta de ver la sangre inundar las calles de mis ciudades.
Porque estoy harta de tanta palabrería inútil.
Porque estoy cansada de acudir a manifestaciones que a los asesinados ya no les sirven.

Y porque quiero a estos indeseables lejos de mi vida para siempre...



¡ETA, fuera...!

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