12 enero 2005

Cristales rotos

Hace unos años viajaba por una carretera secundaria y el coche que me precedía se salió de la calzada cayendo en la zanja lateral. Paré y me acerqué corriendo a prestar ayuda. Un joven iba al volante. Se había abierto una buena brecha en la frente y la sangre le corría por la cara. Se quejaba de dolor en el pecho pero podía andar. Recogimos algunos efectos personales de su vehículo y lo llevé al hospital más cercano. El médico salió al cabo de poco rato para decirme que el chico estaba bien y que me pedía le llevara sus cosas, que muchas gracias y que ya podía irme que alguien vendría a recogerlo.
Unos días después encontré bajo un asiento de mi coche un bloc escolar con las puntas rozadas. Como no era mío, tenía que ser del chico accidentado. Levanté la tapa. En la primera hoja, había escrito unas pocas palabras:
Es que yo te quiero, Ana.
Y nada más. El resto del bloc estaba en blanco. Otras noventa y nueve hojas para seguir escribiendo y el bloc estaba en blanco. Me senté en el coche leyendo y releyendo y casi palpando una situación de la que solo tenía una frase.
Lo único que acerte a oír cuando llevé al chico a urgencias fue su nombre, Juan. Al día siguiente fui al hospital y no cejé hasta que me dieron el domicilio y el nombre completo. Era en un pueblo cercano y allá me fui con el bloc. "Si, vivía aquí hasta hace tres días; sí, su mujer se llama Ana; sí, se habían separado, siempre estaban discutiendo; sí, tenía una hija pequeña; sí, la niña también se llama Ana. No, no sabemos donde se han ido, cada uno por su lado, claro, pero no sabemos".
Me quedé el bloc durante mucho tiempo. Me dolía lo que estaba escrito y me dolía haberlo leído. No podía tirarlo, no debía quedármelo, no podía entregárselo a nadie.
No hace mucho me decidí a deshacerme de él. No quería romper la primera hoja por no romper las letras. Preferí quemarla. El resto lo rasgué en pequeños pedazos, lo metí en una bolsa y fui al contenedor a tirarlo. Cuando cayó dentro sentí como un estrépito de cristales rotos.
Noventa y nueve láminas de cristal roto.

3 comentarios:

Ismael de Andrea dijo...

Tengo una historia parecida... pero no me animo a publicarla, ya que el protagonista soy yo...

Anónimo dijo...

Bonita historia contada por el angel de la guarda del chico accidentado, pues eso era Trenzas en ese momento, su angel custodio. Dios (Diosa, lo que mande) te debió dotar de algo más de poder para saber todo sobre tus protegidos de cada momento. Así no te dejaría con cuadernos misteriosos abandonados....

MIB dijo...

Trenzas... me cautivó este relato...