11 febrero 2005

In Memoriam

Tenía 97 años, seis hijos y una esposa que le va a seguir los pasos quizá mañana mismo. Murió ayer y yo estaba allí. No formaba parte de mi familia de sangre pero era mi familia, si por familia entendemos las personas a quienes queremos y por quienes nos hemos esforzado para procurarles una mejor vida en sus últimos meses, días u horas.
No puedo escribir acerca de lo que significó para su familia directa, porque eso no me pertenece, pero sí puedo hablar por mí. Le quería porque era un cascarrabias encantador que nunca se aprendió mi nombre. Yo era para él "la chica de la grúa", desde que al principio de nuestra relación conseguí una para poder trasladar a su esposa inválida de la cama a la silla, sin demasiado esfuerzo. Era gracioso escucharle preguntar; "¿Y que opina la chica de la grúa de tal o cual cosa..?". Me encantaba tener su confianza hasta el extremo de no querer prácticamente nada que la tal chica no hubiera aprobado. Me siento triste y contenta al mismo tiempo. Se ha ido sin darse cuenta y ojalá haya sabido, o sepa ahora, que yo estaba allí, con él, para darle mi opinión acerca del nuevo camino que ha emprendido.
Muchas veces me había cantado coplas de su tierra castellana, recitado versos y contado anécdotas de sus tiempos de buzo o de ferroviario. Hoy no tengo canciones para él. No me apetece cantar pero tengo un fragmento de un poema de Ungaretti, que me hubiera gustado recitarle ayer, a las dos y media de la tarde.
Lo dejo escrito aquí. En su memoria.
*
Donde la luz no mueve ya una hoja
pasados a otra orilla inquietudes y sueños,
donde posa la tarde,
ven que te llevaré
a las colinas de oro.

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