Alrededor de los solsticios la magia parece estar en todas partes. Y me refiero a esa magia de color de rosa de las revistas de colorines y los magazines mañaneros de la tele. Consejos para dejar atrás los malos momentos; dar saltos sobre el fuego o sobre las olas, buscar hierbas mágicas, escribir lo que nos molesta en nuestro entorno, quemarlo sobre una vela blanca y aventar cenizas a las 12 en punto, son sólo los más conocidos de los que tocan en verano. Las 12 uvas, las lentejas o la ropa interior roja, quedan para el invierno. Pero hay otras cosas, no pensadas para lo positivo sino todo lo contrario.
No soy ninguna entendida en vudú, magia negra o similares, pero os contaré algo que hoy he recordado leyendo el blog de mi amigo Ricardo Guadalupe .
Pasé varios años de infancia con la sola compañía de mujeres adultas, aparte las horas de colegio, claro está. Dónde quiera ellas fueran, me llevaban. Y había una prima lejana, a quien llamábamos Luisa "la guapa" (por lo fea que era, pobrecilla) muy amiga de echar las cartas, poner fotografías de alguien dentro de un pañuelo, atarlo y hacerle unos pases mágicos, y, lo que más gracia me hacía, colocar montoncitos de sal debajo de las camas. Recuerdo perfectamente, una mesa camilla cubierta con una especie de pañolón estampado y muy oscuro, y las cartas brillando encima. Baraja española, por cierto. Normalmente, mi abuela me mandaba al balcón a jugar, pero algo debí oír o medio entender, porque una tarde yo también hice un conjuro: le pinché los ojos con un alfiler a la foto del novio de mi tía. Y además lo hice con una saña, que hubo que traer otra fotografía de repuesto.
La cosa es que, desde mi punto de vista, motivos no me faltaban. Mi tía, que tenía unos doce años más que yo, era la que me llevaba de paseo, al cine y al parque. Me dedicaba tiempo y yo me lo pasaba muy bien con ella, hasta que ¡oh, infortunio! se cruzó en su camino un novio. Y ahora Trenzas, se quedaba por las tardes en casa, mientras el impostor se iba con su tía al cine y al parque.
Me llevé una buena reprimenda, aunque negué con absoluta vehemencia mi participación en el desaguisado y mi defensa fue que debía haberlo hecho Luisa "la guapa" Nadie me creyó y menos que nadie mi futuro tío, al que no le hizo ni pizca de gracia el asunto de los alfilerazos.
No hace falta decir que el conjuro o magia, no surtió ningún efecto y que mi tía se casó al año siguiente con el objeto de mi odio infantil. Creo que mi tío ya no me guarda rencor porque, de vez en cuando, lo comenta y nos reímos, pero a mí me sigue dando vergüenza que me lo recuerden. Nunca más se me ha ocurrido hacer ni el más inofensivo de los conjuros.
.
"A París" Carlos Cano, en homenaje a Edith Piaf
.