29 enero 2006

Hábitos raros

A ésto sí voy a contestar, aunque ya digo desde ahora que no le voy a pasar el testigo a nadie. Lo hago, sobre todo, por si alguno de vosotros conoce algún remedio para que se me quiten :)
Allá van.
*
Necesito levantarme de donde esté sentada cada diez minutos como mucho y hacer alguna nimiedad; recolocar un libro, abrir o cerrar una ventana o simplemente dar una vuelta por el pasillo.
*
No soporto los jerseys de mi talla. Tienen que ser al menos dos tallas más grandes o me siento como si me estuvieran estrangulando.
*
Reciclo cada papelito aunque tenga la medida de un confetti. Incluso desmonto las tapas de los cd´s que quiero tirar para quitar la contracubierta. Tirar un papel a la basura me parece poco menos que un atentado.
*
No puedo sentarme a ver la tele sin hacer nada más que eso. Tengo que tener alguna labor entre manos; bordar, coser, lo que sea, pero algo.
*
Prefiero escribir con lápiz y en su defecto, con tinta negra. Nada de "bolis" azules, please.
*
Y hasta aquí llegan los cinco hábitos raros, aunque no se agotan los que tengo :)
Las cosas raras de la cabra, las dejaremos para otro momento.

27 enero 2006

¡Aló..!

-¿Sí..?
-¿Es usted la señora de la casa?
-No. La señora de la casa murió por sobredosis de llamadas publicitarias.
-¿Y podría decirme a que hora llega la sustituta?
*
Así de insistentes podrían llegar a ser los publicistas telefónicos. Parece que no son bastantes las horas que la publicidad ocupa en la tele, la radio y la prensa, las vallas, los miles de folletos en los buzones, en los parabrisas de los coches y en las pancartas de las avionetas.
Se nota que se han dado cuenta de que todo eso está dejando de afectarnos porque hemos aprendido a cerrar los oídos y los ojos ante tamaño despliegue, así que la llamada, persona a persona, parecerá un método más eficaz.
Al principio, era soportable. Al otro lado del hilo había una persona amable, que se presentaba y te preguntaba tu nombre y se dirigía a ti de una forma educada y simpática. Recuerdo a una chica que decía llamarse Pilar y que me llamó unas cuantas veces; casi entablamos una relación amistosa y, de vez en cuando, le compraba algo porque ella vendía libros y ese es mi punto flaco.
Aquella forma de vender, acabó. Ahora es otra historia; si hay alguien al otro lado del cable, en cuanto descuelgas, te espeta: "¿Es usted la dueña de la casa?" Como digas que sí, estás perdida. La única escapatoria es colgar el teléfono a la brava, cosa que a todos nos cuesta porque es de muy mala educación, pero si no lo haces, tienes para media hora larga de decir que no, una y otra vez, hasta que las orejas te arden y las neuronas se te han licuado.
En otros casos, sólo descolgar, oyes: "Ha sido usted agraciado con un maravilloso premio consistente en..." Ahí la cosa cambia y puedes colgar tranquila porque sabes que la cinta de casette no se ofenderá.
Y luego hay un tema que me tiene enfurecida. Me dejan mensajes de voz con publicidad que no puedo borrar de ninguna manera. Y para mayor desprecio a la intimidad, resulta que yo tengo desactivado el contestador automático, así que no entiendo como pueden dejarlos.
Ya he hablado mil veces con Teléfónica y su solución es resetear el teléfono y volver a habilitar la identificación de llamadas, pero no es una buena solución porque al día siguiente ya está el pilotillo parpadeando de nuevo.
Empiezo a sospechar que la manera de aumentar las facturas es que tengas que llamarles para solucionar estas cosas. Que ya no me fío ni de mi sombra.
*
"Minueto", de Luigi Boccherini. 3.78 megas

24 enero 2006

¡Qué decepción..!

La verdad; esperaba de vosotros un mayor interés por mi vida amorosa y solo os habéis preocupado por solicitar mi colaboración para ordenar vuestros cachivaches.
Se nota que no me tomáis en serio y que os da igual si sufrí por un amor no correspondido. Ni uno de vosotros me ha preguntado como fue mi pasión por Fernando. ¡Y eso que la nombraba en primer lugar..!
Pero no os vais a librar de que la cuente, porque es algo que marcó mi vida de forma indeleble. Id a por la caja de pañuelos de papel, porque vais a llorar.
*
Fernando era el niño más guapo que había conocido nunca. Era como un palmo más alto que yo y me llevaba tres años. Vivía un par de casas más allá de la mía y como nuestras horas de colegio eran las mismas, yo bajaba diez minutos antes para verle pasar con aquel paso marcial y elegante, herencia de su padre que era comandante de aviación. Eso, que su padre fuera de aviación, me tenía acobardada porque pensaba que nunca iba a permitir que su hijo se fijara en alguien cuyo padre era policía.
Y no sólo su padre, su madre también me aterrorizaba. Era más marcial que su marido y se notaba a la legua que me miraba por encima del hombro. Total, que yo sufría una enormidad, agravada por el hecho de que Fernando nunca me había dicho ni hola; ni siquiera volvía la cabeza para ver como se me caían los ojos de tanto mirarle.
Por fin, un día en el Parque del Oeste, llegó la oportunidad que había estado esperando. Nos encontramos a solo un metro uno del otro. Y entonces me decidí, aunque las piernas me temblaban y me asaltó un tartamudeo brutal.
-Ho ho hola. Me llamo Trenzas y vivo cerca de tu casa.
Y él, marcando distancias:
-Bueno ¿y a mí qué? (Ahí ya se veía que era un chico con mucha personalidad)
-Pues nada, que la tata dice que si quieres una naranja. (Trenzas echándole la culpa a la niñera, por si las represalias)
Fernando se alejó unos pasos para verme en perspectiva, supongo, hizo unos cuantos molinetes con un sable de plástico que había sacado de su funda y la emprendió a sablazos con el césped. Me alegré de haberle dicho que era cosa de la niñera. Yo, naturalmente, me quedé allí como una idiota mirándole, hasta que se cansó del juego y dijo:
-Bueno.
Corrí al cesto de la tata a por la naranja, atropellando a mis dos hermanos, y me llevé la fruta, que le entregué sin demora. El cogió la naranja, le dió un par de vueltas en las manos y la estampó contra el respaldo del banco más cercano, donde quedó espachurrada.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y la nariz de mocos y me fui corriendo a llorar a la falda de la niñera, que naturalmente, no se había enterado de nada. Creyó que me había caído y empezó a mirarme las rodillas y los codos a ver si tenía alguna herida. Pero no era allí donde me habían lastimado.
¿Habéis pensado que después de eso se me paso el enamoramiento? Pues no. Seguí enamorada de él hasta bien cumplidos los seis años. Se me fue pasando cuando se cambió de piso y hasta de barrio y ya no podía verle.
Comprenderéis que me costara mucho volver a enamorarme. Creo que ya tenía bien cumplidos los siete cuando sucedió la segunda vez, pero no tengo memoria de los detalles.
Es que nada se recuerda tanto como el primer amor :)
*
"Lo Juro" Al habla, Dyango. 3.60 megas

22 enero 2006

Confirmado

Se puede estar desconectado de Internet voluntariamente por 72 horas o más, sin sufrir graves consecuencias físicas y, mal que bien, puede controlarse el síndrome de abstinencia. Más mal que bien, pero se soporta :)
Sí, lo he hecho. No creí que pudiera, porque cuando se me avería la conexión o se llevan el ordenador o pasa algo que me impide salir a la red, me pongo atacada de las meninges, se me llevan los demonios y no tengo bastante vocabulario grueso que aplicar a los culpables. Sin embargo me doy cuenta de que esa no es una actitud racional. Al fin y al cabo, se estropean otras cosas por la casa y no me dan esos ataques de furia. Decidí que ya era hora de poner a prueba mi autocontrol y he dejado descansar a Internet tres días enteros, con sus respectivas noches y sigo viva y relativamente tranquila.
A la cabra sí que he tenido que doblarle la dosis de medicación, porque empezó a comerse las fundas del sofá y eso solo lo hace cuando está muy alterada. Normalmente solo se muerde las pezuñas si está nerviosa, pero si la emprende con las fundas del sofá, me alarmo, la verdad.
¿Y que he hecho en todo ese tiempo que no he estado en la red? Básicamente, nada. Es decir, nada que me haya cambiado la vida. He acabado de leer unos cuantos libros, he trabajado un poco con el catalán y el inglés, he trasplantado unas cuantas macetas y he intentado, sin lograrlo del todo, poner un poco de orden en el disco duro. En los varios discos duros para ser exacta.
Ahora tengo unos cuantos cientos de carpetas más, todas ordenadas por temas y los temas por orden alfábetico. No me cabe duda de que en cuanto esté todo perfectamente organizado, se romperán los discos duros y se volverá a perder todo el trabajo.
Ya sábeis; la vida son recuerdos y mientras organizaba temas y carpetas me he estado acordando de mi mayor pasión cuando era niña. Bueno, en realidad eran dos mis pasiones; un niño guapísimo llamado Fernando, que no me hacía ni caso, y pasarme por la mercería de la esquina a pedir cajitas vacías para ordenar los miles de accesorios de mis muñecas. La dueña de la mercería era amiga de mi abuela y me guardaba unas cajas preciosas y también me regalaba botones de los muestrarios y trocitos de cintas de colores para lazos y frasquitos de colonia y cosas así. Y entonces yo ordenaba esas cosas por colores o tamaños, según el caso, dentro de las cajas pequeñas y las cajas pequeñas dentro de otras cajas más grandes que guardaba en el armario y organizaba una auténtica feria de cajas cuando decidía que quería contemplar mis existencias de material o necesitaba alguna cosa para reformar algún atavío de las muñecas, con gran desesperación de mi abuela o de mi madre que no entendían porqué no podía meter todo aquello en una sola caja. Pero a mí me parecía un sacrilegio meter en un mismo sitio los botones relucientes y los opacos. O las cintas de terciopelo con las de seda.
La manía de las cajas aún no se me ha quitado y sigo siendo tan ordenada que da asco. Aunque ya no guardo cosas para las muñecas, ordeno los hilos de bordar por su número de tintada en cajas que guardo en otras cajas que tienen bandejas del tamaño de las madejas. O sea; soy un caso perdido. Y ahora no se os ocurra pedirme que vaya a vuestra casa a poner orden, a menos que tengáis preparadas unos cientos de cajas y cajones. En ese caso, creo que no podré resistirme e iré en el primer tren.

13 enero 2006

Voy, voy...

Ea, ya estoy aquí. He venido corriendo, que conste :)
Pasa que cuando se afloja el ritmo, una se distrae; se le va el santo al cielo; se entontece y no da pie con bola. Que yo no estoy hecha para una vida pacífica y en cuanto tengo unos días tranquilos, sin presión ni carreras, se me despistan las neuronas y me pongo a hacer cosas raras por la casa. Hasta he limpiado los cristales y quitado el polvo acumulado en los libros. Algo que no debe hacerse nunca, nunca, porque sin querer, empiezas a abrirlos, a leer una página aquí y otra allá y a apartar los que quieres releer, o te das cuenta de que algunos llevan en casa un par de años y aún no los has leído, y claro, así no hay quien acabe el trabajo.
Y justo en el momento en que le estaba diciendo a la cabra que era imperativo venir a postear algo, va el Blogger y se cierra en banda y no me ha dejado entrar hasta hace un minuto y son las 0:24, hora española. Una hora genial para irse a dormir pero ya que he empezado a despertar al teclado, seguiré.
Lo cierto es que tengo poco que contar, aunque después de dos días seguidos de documentales del FBI y capítulos del CSI (sí, me he tomado dos días de "tumbing" en el sofá, para descansar de limpiar cristales y libros) he acumulado una enorme cantidad de conocimientos útiles que compartiré con vosotros en próximas entregas. Ahora, por ejemplo, si me encuentro una colilla tirada en la puerta de mi cuarto de baño, de una sola ojeada puedo saber quién se ha fumado lo que falta. Y yo no necesito ningún sofisticado instrumental; lo sé por descarte de sospechosos. Procedimiento: descarto al canario porque el diámetro del cigarrillo es demasiado ancho para su pico; descarto a los gatos porque en el filtro no hay marcas de colmillos; descarto a la cabra porque ella se lo habría comido entero. ¿Quién queda..? ¡Ah, no..! No os voy a decir quién es el culpable. Me acojo a la Quinta Enmienda y no tengo por qué declarar. Y mucho menos sin un abogado presente.
Y ahora no sé si es la Cuarta o la Quinta Enmienda. Voy a necesitar dos días más de "tumbing" para aclarar éste extremo pero mientras me entero, sabed que estoy escribiendo esto con guantes de látex y como no dejaré huellas dactilares, lo negaré todo caso de que se os ocurra acusarme de cualquier asesinato o abandono de colillas.
*
Frederic Chopin. Vals nº 14. Al piano, Vladimir Ashkenazy

05 enero 2006

Como siempre...

... tarde, pero aún no demasiado para desearos un año estupendo que traiga todo aquello que os haga felices. Mandaría una varita mágica a cada uno, pero se han agotado las existencias en el País de las Hadas :)
Hace un rato estaba oyendo las sirenas de los barcos del puerto y los cohetes que anunciaban la llegada de los Reyes Magos de Oriente a esta ciudad. El cortejo real no pasa por mi calle, pero es imposible dejar de escuchar el griterío de los niños (y de los mayores) al paso de las carrozas. De todas las fiestas navideñas, ésta es la que prefiero. Me acuerdo vivamente de las esperas nocturnas junto a mis hermanos; de los cuchicheos antes de lograr dormir unas pocas horas; del levantarse de madrugada a mirar cuantos paquetes había en el comedor y si contenían lo que habíamos pedido tan fervorosamente.
Entonces no lo sabíamos pero era mágico el momento. Lo sabemos ahora, cuando vemos aquello mismo en los ojos de los pequeños de la casa. Recuerdo que me resistí con todas mis fuerzas a creer que los Reyes eran otra cosa que lo que parecían y colaboré intensamente a mantener en la ignorancia a mis hermanos más pequeños contradiciendo todo lo que les decían los amigos en el colegio acerca de la verdadera identidad de Sus Majestades y aplicando la lógica mágica para explicar por qué podían estar en todas partes a la vez.
Me siento un poco perdida la Noche de Reyes; desposeída de mi derecho a esperar un milagro y echo de menos que alguien me diga que es verdad que llegan de Oriente y que con ellos traen el poder de la esperanza en algo mejor: el oro, el incienso y la mirra de nuestra vida futura.
Y por una vez, la cabra está de acuerdo conmigo.
¡Feliz Noche de Reyes a todos..!