En el post anterior os conté que dudaba de que las tórtolas fueran capaces de sacar adelante a sus polluelos por culpa de este abril descontrolado, pero me equivoqué. De repente, aparecieron dos pollos en el nido; bueno, vale, ya sé que no se hicieron grandes de la noche a la mañana, pero como no los veía, creí que la pollada se había perdido sin remedio y me puse a saltar de alegría cuando los vi en la cornisa, acicalándose las plumas o siguiendo atentamente el movimiento de la calle. Estuvieron ahí dos días y luego, desparecieron del nido. ¡Otro susto...! ¿Dónde podrían haber ido con esas rémiges tan cortitas, que apenas sirven para estabilizar el vuelo...?Y esta mañana, los padres tórtola han traído a uno de los dos pollos a comer y beber a mi balcón. Sólo a uno. No sé que habrá sido del otro. Espero que esté bien y que puedan acercarlo hasta aquí. Han llegado los tres juntos y se han aposentado alrededor del comedero; primero le han dado ellos de comer al pollo, pero luego le han instado, con bastante energía a que comiera solo, y en cuanto el pollito se ha soltado a picar en el bol de la comida y en el del agua, han levantado el vuelo y se han ido dejándolo aquí solito. Eso me ha permitido hacerle la foto, porque los padres, en cuanto me acerco a los visillos, salen a toda velocidad, pero éste, pobre, no sabe aún que hay muchas personas malas y no se ha asustado cuando me ha visto. Eso sí, el balcón no lo he abierto para no meterle el miedo en el cuerpo con el ruido. Y ahí sigue, paseándose arriba y abajo por las jardineras y tomando buchitos de comida y agua cuando le apetece.
De vez en cuando, los padres vienen a darle una miradita y hacerle unas carantoñas y se vuelven a ir. Cuando se van, aparto unos centímetros el visillo, muy lentamente, a ver si el pollito se familiariza y puede acostumbrarse a verme de cerca, sin sobresaltos.
Este acontecimiento que parece tan nimio, es lo mejor que me ha pasado en muchos meses, porque lo cierto es que, emulando a mi tocaya la reina Isabel II de Inglaterra, llevo un "annus horribilis" y no sólo por la pérdida de neuronas, que no sería mayor problema.
En fin, que a pesar de mis fatalismos, la primavera ha dado algún fruto en esta casa y que estoy contentísima por las tórtolas, que han visto premiado su desvelo y sus muchas horas de empollar.
¡Que tengáis un feliz final de Abril...!
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Os vuelvo a poner "La vida es bella", porque sí, porque lo es y porque de vez en cuando, hay un "annus mirabilis". La versión es de André Rieu.