La Cabra y yo llevamos un par de días que no paramos en casa. A mí no me apetecía nada salir con este frío, pero ella se ha empeñado en que era ahora o nunca, y me ha arrastrado de tienda en tienda en busca de las cosas que había que comprar para cumplir con las tradiciones.
Empezamos por el regalo de mi madre que celebra su santo por estas fechas. Había que comprarle lo que sabíamos que quería; un jersecito, así que nada, a por él.
Cerca de casa han abierto una tienda de moda y allá que nos fuimos.
Trenzas - Hola, buenos días.
Dependienta - Muy buenas señora ¿en qué puedo servirla?
T - Bueno, mire, es que tengo que comprar un jersey para mi madre y en el escaparate he visto uno muy mono. Es ese de color malva; si pudiera decirme...
D- Ahora mismo se lo enseño.
Y se pone a desnudar el maniquí a toda velocidad.
T - Espere, señorita, espere. Quizás no haría falta desmontar el escaparate si me dijera antes la talla. Necesito una 46.
D- Nada, nada, no se preocupe. A veces parecen pequeños y luego no lo son. Es que de este modelo es el único que tengo y por nada del mundo quisiera privarla de la oportunidad de verlo de cerca.
¡Zas...! La Cabra que se desmaya ante tanta amabilidad y yo que tengo sujetarme en la pared por la misma causa.
D - (Extendiendo el jersey en el mostrador) ¿Qué le parece, señora? Porque si usted cree que le puede ir bien a su señora madre, se lo lleva usted, sin ningún compromiso. Si por cualquier causa no le viniera del todo bien, se lo cambiaremos o le pediremos otro de la talla que prefiera, sin ningún cargo adicional.
¡Zas...! La Cabra otra vez. Le doy un empujón con el pie para que deje de hacer el tonto, pero no se levanta. Se ha desmayado de verdad.
T - Pues me parece algo pequeño, y...
La dependienta me coge suavemente por los hombros y me encamina hacia el otro lado de la tienda donde hay tres o cuatro barras llenas a rebosar de jerseis.
D - Miremos a ver si encontramos algo que le guste y que sea de la talla adecuada. Estaré encantada de ayudarla para que usted y su señora madre queden satisfechas.
Lo cierto es que sí, que encontramos un jersey de la talla, modelo y color que le gustaba a mi madre y cuando ya estaba pagado y envuelto, la dependienta sale de detrás del mostrador, me acompaña hasta la puerta, la abre y me dice:
D - Espero haberla atendido bien y que se vaya usted contenta. Es que como acabamos de abrir la tienda, no tengo mucha práctica. Le ruego que si la he molestado en algo, sea tan amable de decírmelo y así podré disculparme y aprender.
¡Zas...! De este desmayo la Cabra tardó en recuperarse más que de los anteriores.
¿Pensáis que exagero? Pues no, al contrario. La conversación fue mucho más larga mientras miraba y la joven volvió la tienda del revés a fuerza de enseñar y enseñar, hasta las cosas que yo no había solicitado. Me llevó la bolsa con el jersey hasta la puerta y me dijo que había sido una cliente encantadora. Ahí fue donde ya tuve que coger a la Cabra en brazos, porque le temblaban tanto las patas que no podía dar un paso.
La emoción y la falta de costumbre, digo yo que sería.
¿A que es una pena que la amabilidad nos cause tanta sorpresa?
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