Tenemos días para todo; para el niño, para la mujer, para la madre, el padre, los amigos lejanos, los derechos humanos, los homoxesuales, los animales, la tierra...
Añadid vosotros los que haya olvidado. Sin embargo, este día del Libro, este 23 de abril, me parece el compendio de todos ellos. Un gran día en que se unen todos los demás para ponernos ante los ojos de la inteligencia, el principio del entendimiento entre las personas sin el que nada podemos conseguir.
Ese entendimiento comenzó cuando fuimos capaces de estampar un mensaje en las paredes de las cavernas y otros pudieron descifrarlo. Eran libros aquellas paredes; imágenes que impartían enseñanzas, que desataban la imaginación, que provocaban el nacimiento de historias.
Y luego llegaron los sumerios para inventarse la primera escritura que conocemos. En sus tablillas hay listas de empleados y salarios, de compras y ventas, se organizaban las cosechas y el almacenamiento y se consignaba el censo de su población. Un orden civil y religioso por escrito. Unos 1.800 años más tarde, Hammurabi, redactó su código de justicia, poniendo por escrito lo que eran las prácticas normales de la ley en Mesopotamia. Persas, chinos y griegos escribirían y leerían fervorosamente, desarrollando magníficas civilizaciones que son la base de nuestras legislaciones y de nuestra cultura toda.
Es mucho esquematizar, pero tampoco es cuestión -ni sabría - de escribir un tratado :)
Lo que nos infunden los libros, lo que nos posibilitan, es un enorme amor por la cultura, en todos sus frentes. Cultura es protección a los más débiles, comprensión de los problemas, respeto a los derechos de todos los seres vivos, deseo de compartir lo que sabemos, escuchar y hacernos oír cuando se requiera.
Todo eso y mucho más, está en los libros, de una u otra manera. No hace falta leerse el Derecho Penal para saber si estamos obrando bien o no. Generaciones de escritores nos han mostrado, de muchas formas, a qué nos debemos y qué nos pertenece. Y en todos los géneros posibles en Literatura.
Una vez, en este mismo blog, surgió una pregunta: ¿Creía yo que las personas que no leían eran incultas? La respuesta fue, porque no puede ser otra, que de ninguna manera. No es necesario leer para aprender, porque si lo fuera, aún no tendríamos ni un alfabeto. Conozco personas sabias que nunca estudiaron. Su sabiduría es la mejor, porque es la primera. A ellos recurrimos para aprender lo que los libros impresos no saben. Y es que estas personas también son libros; incunables de enorme valor, portadores de la semilla que desencadenó la auténtica revolución de la cultura; la transmisión oral que provocó, finalmente, la escritura para preservar aquellas lecturas hechas con los oídos.
Y dicho esto, os dejo con vuestros libros y con la recomendación de que no hagáis caso si alguien os dice que "los sesos se te volverán agua de tanto leer". Puedo garantizaros que eso no pasa, así que, respetuosamente, haced caso omiso y seguid leyendo.