Teresa se las ingenió para tener cinco hijos en los ocho años que duró su matrimonio.
Su marido murió de repente durante la cena de un día del que ha olvidado la fecha. Ella dice "se cayó así" y deja caer la cabeza sobre la mesa del comedor y relaja el cuerpo, recreando de modo perfecto una muerte súbita. Sucedió poco después de la guerra civil y cuando parecía que todo iba a ir bien para su familia. No eran pobres. Tenían tierras y criaban animales que vendían y hasta un pequeño molino y un horno para hacer el pan.
Por algún motivo, herido tal vez, licenciaron a su marido antes del final de la guerra. Y él volvió al trabajo en el campo, secundado por Teresa.Poco después, la guerra los alcanzó en la zona donde vivían. Y me cuenta.
-¡Tú sabes que desastres pasaban! Ellos venían y se llevaban las gallinas, el trigo, las mulas, lo que les daba la gana. Y tu, chitón.
En este punto, hace el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.
-Y no te vayas a creer que unos eran mejor que otros. Todos nos robaban. Y si alguno del pueblo te tenía entre ojos, cuando entraban los suyos, te denunciaba y venían por la noche a llevarte en cueros vivos al campo y allí, pum, pum, te dejaban tieso. Y cuando entraban los otros, lo mismo.
Teresa, me coge del brazo y me lleva hasta el centro del comedor, se echa el fusil al hombro y me dispara varias veces. Casi me extraña no caer muerta.
-¿Y qué te crees, que se quedaban contentos con eso? No, no. Mira tú si eran cafres, que luego ponían a los muertos atravesados en la carretera y les pasaban los camiones por encima. ¡Chacha, que cosa...!
Aquí, se muerde los labios y se lleva las manos a la frente, moviendo la cabeza arriba y abajo.
-Y yo tenía que pasar por el camino ese para llevar la comida al marido que estaba en el campo. ¿Tú ves, así recto el camino con los hombres muertos? Pues aquí junto, estaba mi marido arando. Yo miraba por la ventana antes de salir y contaba cuántos muertos había. ¡Madre de Dios...! Y cogia el hatillo de la comida y así como me acercaba y los iba viendo todos espachurrados, medio me tapaba los ojos. Aquello no era para mirar, no, no.
Teresa se pone una mano en la frente, la baja hasta taparse los ojos, la vuelve a levantar y la baja otra vez.
-Cuando ya estaba allí, topando con uno, levantaba la pierna y daba un paso largo para saltarle por cima del cuerpo sin pisarle. Y al poco, otro y otro. ¡Chacha, aún los estoy viendo..! ¡Terrible, terrible...!
Teresa se ha levantado de la silla y ha recorrido el camino uniendo la acción a la palabra. Veo que intenta taparse los ojos, que sortea los cadáveres como puede, que se tambalea cuando el cuerpo es demasiado ancho para sus cortas piernas.
-¿Y cómo ibas a comer luego con todo lo que habías visto? No podías. No te pasaba ni una miguita por la garganta.
Se lleva una mano al cuello y lo aprieta mientras hace el gesto de intentar tragar. Y se calla. A mí no se me ocurre nada que decirle y callo también. Se levanta, va hacia la ventana y mira sin ver, los ojos fijos en los cristales, las manos cruzadas en la espalda. Me parece que tengo que hacer algo. Me acerco y le pongo el brazo alrededor de los hombros. Es tan pequeñita que nada me costaría cogerla en brazos y acunarla. Pero ella se vuelve de inmediato, me mira y dice:
-Oye, ¿que te parece si vamos a comprar unos calcetines al mercadillo? ¿Tendremos bastante con cinco "ebros"?