La verdad; esperaba de vosotros un mayor interés por mi vida amorosa y solo os habéis preocupado por solicitar mi colaboración para ordenar vuestros cachivaches.
Se nota que no me tomáis en serio y que os da igual si sufrí por un amor no correspondido. Ni uno de vosotros me ha preguntado como fue mi pasión por Fernando. ¡Y eso que la nombraba en primer lugar..!
Pero no os vais a librar de que la cuente, porque es algo que marcó mi vida de forma indeleble. Id a por la caja de pañuelos de papel, porque vais a llorar.
*
Fernando era el niño más guapo que había conocido nunca. Era como un palmo más alto que yo y me llevaba tres años. Vivía un par de casas más allá de la mía y como nuestras horas de colegio eran las mismas, yo bajaba diez minutos antes para verle pasar con aquel paso marcial y elegante, herencia de su padre que era comandante de aviación. Eso, que su padre fuera de aviación, me tenía acobardada porque pensaba que nunca iba a permitir que su hijo se fijara en alguien cuyo padre era policía.
Y no sólo su padre, su madre también me aterrorizaba. Era más marcial que su marido y se notaba a la legua que me miraba por encima del hombro. Total, que yo sufría una enormidad, agravada por el hecho de que Fernando nunca me había dicho ni hola; ni siquiera volvía la cabeza para ver como se me caían los ojos de tanto mirarle.
Por fin, un día en el Parque del Oeste, llegó la oportunidad que había estado esperando. Nos encontramos a solo un metro uno del otro. Y entonces me decidí, aunque las piernas me temblaban y me asaltó un tartamudeo brutal.
-Ho ho hola. Me llamo Trenzas y vivo cerca de tu casa.
Y él, marcando distancias:
-Bueno ¿y a mí qué? (Ahí ya se veía que era un chico con mucha personalidad)
-Pues nada, que la tata dice que si quieres una naranja. (Trenzas echándole la culpa a la niñera, por si las represalias)
Fernando se alejó unos pasos para verme en perspectiva, supongo, hizo unos cuantos molinetes con un sable de plástico que había sacado de su funda y la emprendió a sablazos con el césped. Me alegré de haberle dicho que era cosa de la niñera. Yo, naturalmente, me quedé allí como una idiota mirándole, hasta que se cansó del juego y dijo:
-Bueno.
Corrí al cesto de la tata a por la naranja, atropellando a mis dos hermanos, y me llevé la fruta, que le entregué sin demora. El cogió la naranja, le dió un par de vueltas en las manos y la estampó contra el respaldo del banco más cercano, donde quedó espachurrada.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y la nariz de mocos y me fui corriendo a llorar a la falda de la niñera, que naturalmente, no se había enterado de nada. Creyó que me había caído y empezó a mirarme las rodillas y los codos a ver si tenía alguna herida. Pero no era allí donde me habían lastimado.
¿Habéis pensado que después de eso se me paso el enamoramiento? Pues no. Seguí enamorada de él hasta bien cumplidos los seis años. Se me fue pasando cuando se cambió de piso y hasta de barrio y ya no podía verle.
Comprenderéis que me costara mucho volver a enamorarme. Creo que ya tenía bien cumplidos los siete cuando sucedió la segunda vez, pero no tengo memoria de los detalles.
Es que nada se recuerda tanto como el primer amor :)
*
"Lo Juro" Al habla, Dyango. 3.60 megas