Título de un libro estupendo de Paul Watzlawick. Uno de esos libros que llevan años conmigo y que no presto a nadie ni que me lo pidan de rodillas. Haré fotocopias, lo encuadernaré pagándolo de mi bolsillo si es muy necesario, pero jamás lo prestaré. Se bien la suerte que corren los libros prestados.
Todos los días sale al mercado algún volumen con la intención de hacernos un poco más felices y de hacer un poco más rico al editor. Lo segundo se consigue; lo primero ya es algo dudoso. Pero ahí están y están para reconducirnos hacia la senda de la dicha perpetua. En cuanto los hayamos comprado ya experimentaremos una sensación de triunfo vital. Nos sentiremos más capaces de ser felices y esa sensación se reflejará en todo lo que hagamos. Andaremos por la calle dando saltitos de alegría, abrazando a los transeúntes, cogiendo flores de los jardines municipales y con una sonrisa de oreja a oreja hasta que alguien avise a la policía y nos lleven a Urgencias creyendo que estamos sufriendo una intoxicación etílica o que estamos drogados hasta el cielo de la boca.
"El arte de amargarse la vida", te pone ante el espejo y te obliga a mirarte en profundidad, aunque en clave de humor. Te deja ver lo ridículo y exagerado de algunas quejas y te ries con ganas de situaciones en las que te ves amargándote la vida con todas tus fuerzas, sin motivos auténticos que lo justifiquen. Te muestra como un insignificante granito de arena se convierte en una amarga y pesada losa que te impide ser objetivo y cierra todas las salidas al entendimiento y la comprensión. Es la mejor manera de sentirse desgraciado, incomprendido, despreciado e infeliz hasta más no poder.
Tarea ésta en la que casi todos perdemos mucho más tiempo del necesario.
Seguiré con mi libro, evitando contribuir a hacer ricos a algunos editores. Si quiero amargarme la vida, ahí está cuanto necesito saber. Y si lo que quiero es vivir una vida razonablemente feliz, sólo tengo que hacer lo contrario.