26 junio 2009

Conjuros

Alrededor de los solsticios la magia parece estar en todas partes. Y me refiero a esa magia de color de rosa de las revistas de colorines y los magazines mañaneros de la tele. Consejos para dejar atrás los malos momentos; dar saltos sobre el fuego o sobre las olas, buscar hierbas mágicas, escribir lo que nos molesta en nuestro entorno, quemarlo sobre una vela blanca y aventar cenizas a las 12 en punto, son sólo los más conocidos de los que tocan en verano. Las 12 uvas, las lentejas o la ropa interior roja, quedan para el invierno. Pero hay otras cosas, no pensadas para lo positivo sino todo lo contrario.
No soy ninguna entendida en vudú, magia negra o similares, pero os contaré algo que hoy he recordado leyendo el blog de mi amigo Ricardo Guadalupe .
Pasé varios años de infancia con la sola compañía de mujeres adultas, aparte las horas de colegio, claro está. Dónde quiera ellas fueran, me llevaban. Y había una prima lejana, a quien llamábamos Luisa "la guapa" (por lo fea que era, pobrecilla) muy amiga de echar las cartas, poner fotografías de alguien dentro de un pañuelo, atarlo y hacerle unos pases mágicos, y, lo que más gracia me hacía, colocar montoncitos de sal debajo de las camas. Recuerdo perfectamente, una mesa camilla cubierta con una especie de pañolón estampado y muy oscuro, y las cartas brillando encima. Baraja española, por cierto. Normalmente, mi abuela me mandaba al balcón a jugar, pero algo debí oír o medio entender, porque una tarde yo también hice un conjuro: le pinché los ojos con un alfiler a la foto del novio de mi tía. Y además lo hice con una saña, que hubo que traer otra fotografía de repuesto.
La cosa es que, desde mi punto de vista, motivos no me faltaban. Mi tía, que tenía unos doce años más que yo, era la que me llevaba de paseo, al cine y al parque. Me dedicaba tiempo y yo me lo pasaba muy bien con ella, hasta que ¡oh, infortunio! se cruzó en su camino un novio. Y ahora Trenzas, se quedaba por las tardes en casa, mientras el impostor se iba con su tía al cine y al parque.
Me llevé una buena reprimenda, aunque negué con absoluta vehemencia mi participación en el desaguisado y mi defensa fue que debía haberlo hecho Luisa "la guapa" Nadie me creyó y menos que nadie mi futuro tío, al que no le hizo ni pizca de gracia el asunto de los alfilerazos.
No hace falta decir que el conjuro o magia, no surtió ningún efecto y que mi tía se casó al año siguiente con el objeto de mi odio infantil. Creo que mi tío ya no me guarda rencor porque, de vez en cuando, lo comenta y nos reímos, pero a mí me sigue dando vergüenza que me lo recuerden. Nunca más se me ha ocurrido hacer ni el más inofensivo de los conjuros.
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"A París" Carlos Cano, en homenaje a Edith Piaf
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10 junio 2009

Agua salada


El primer mar que vi fue el Cantábrico. En las playas de Gijón bebí mi primer sorbo de agua salada y me sentí muy engañada por ese sabor ingrato, tan diferente de lo que parecía. Mi padre nos llevó, al único hermano que por entonces tenía y a mí, a la playa, y nos acercó sin soltarnos de la mano hasta la misma línea de las olas. Enseguida nos pareció muy divertido aquello, pero nada comparado con lo que pasó cuando empezó a levantar algunas rocas sueltas, debajo de las cuales bullían una enorme cantidad de bichos rarísimos. Cada vez que se alejaba una ola, mi padre volvía a levantar las piedras y, cada vez, era un descubrimiento. Habrá que decir, antes de seguir que, por aquel entonces, todavía podías moverte por las playas a placer y que era más que fácil, en las del norte al menos, encontrar en sus rocas, no sólo las omnipresentes lapas, sino multitud de cangrejillos, pequeños peces, erizos y muchas, muchísimas conchas y caracolas ya vacías. Y a nada que escarbaras un poco, berberechos y otros moluscos. Mi padre, incluso sacó un pulpo medianito de un hueco en las rocas. No nos quedamos nada que estuviera vivo, pero yo recogí cantidades industriales de conchitas y caracolas, tantas, que hubo que habilitar un par de servilletas bien anudadas para cargar con el botín. Yo no quería soltar ninguna de aquellas pequeñas maravillas y, si me hubieran dejado, me habría llevado todas las que me salían al paso, que eran cientos y cientos. Es una manía que aún no he perdido. Aunque logro controlarme un poco mejor, no concibo un día de playa sin traer a casa unas cuantas conchas. Bien es verdad que ahora las playas están expoliadas de todo lo natural y apenas si se encuentra nada en las que yo tengo al alcance, si descontamos alguna "galleta" de chapapote o lindeza similar.
Ya de mayor, me hice con una pequeña colección, a base de ir comprando por las tiendas de los diferentes lugares costeros por los que pasábamos en vacaciones, conchas y caracoles foráneos. Casi todos vienen del Índico o del Pacífico, y no tienen la gracia de haberlos cogido con las propias manos, pero siguen siendo mágicos. Tengo repartidos en los estantes de la biblioteca unos cuantos recipientes de cristal llenos de tesoros, y una pequeña estantería para los ejemplares más grandes. En la foto que os he dejado se ve la mitad de ellos.
Cada uno tiene sus manías y yo necesito volver de la playa con alguna pequeña muestra de que mis recuerdos son ciertos; que había una vez un padre y unos hijos que se maravillaban con lo que el mar traía en cada golpe de agua, y que ...
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01 junio 2009

Recuperando ritmo

Escribir es como bailar; estás perdido si olvidas ese ritmo interior que te hace marcar los pasos adecuados sin apenas darte cuenta. La música hay que sentirla desde el interior del cuerpo y notar como fluye hasta los pies, y las palabras hay que sentirlas sobrevolando la cabeza, condensarse y resbalar hasta la punta de los dedos. Y, de vez en cuando, ese ritmo se rompe. Algunas veces por causas ajenas a nuestra voluntad y otras, porque "se nos ha ido el santo al cielo", como suele decirse, y nos hemos metido en un mar de confusiones.
De todo ha habido en estos días que llevo alejada del blog. Pero hoy es día 1 y es mejor empezar el mes a tiempo, así que aquí estoy, con mi cabra, mi gato, los ficus y las tórtolas. Al completo.
Ayer tuvimos una pequeña fiesta familiar. No estábamos todos, porque es muy difícil reunir a toda la familia (y tampoco hubiéramos cabido en mi casa) pero hubo buena representación. Una comida informal y luego mucho juego; mucho parchís, mucho 21, mucho Scrabble....
Y muchos chistes, muchas anécdotas familiares y mucha coca-cola y café. También aproveché para que mi sobrino, el técnico, me enseñara a manejar mejor la cámara de fotos y me solventara algún problemilla en los ordenadores. Hay que echar mano de los cerebros familiares cuando se puede :)
Fue un día estupendo, que necesitaba para salir del impasse en que me había metido. Una especie de catarsis o una terapia de risas. En todas las familias se pasan malos momentos; alguien se enfada con alguien; a alguien le parece que otro alguien "se ha pasado"; a unos les molesta el calor y a otros el frío; unos adoran el silencio y otros, la gresca sin fin. Pero todo eso no importa; no es determinante para una buena relación y para que cada cual se guarde sus preferencias y comparta las de los otros en armonía. No siempre es así, desde luego, pero estoy contenta de poder hablar y divertirme con todos los miembros de mi familia y que no haya barreras insalvables entre nosotros. Eso; un día estupendo.
La cabra, contentísima también porque tuvo ocasión de practicar los saltos por encima del sofá, cosa que de ordinario no le permito. Ayer se lo permití para que no tuvieran que levantarse los comensales cada vez que se le ocurría ir a buscar algo para picar a la cocina o al balcón. A recordar; la próxima casa a la que vaya a vivir, debe tener un comedor más ancho.
Dicho esto y esperando haber recuperado mi ritmo interior, os dejo o no me dará tiempo de ir a ver lo que habéis hecho en estos días.
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